por M.S. (columnista invitada)
Las siete de la tarde. El viento empieza a levantarse desde la playa. Aunque estamos lejos todavía, el cuerpo se acomoda para el encuentro con el agua. Atrás quedaron horas de conversaciones en las que una risa mecánica se entreveraba con las oraciones, mientras el polvo de la ruta se colaba por las ventanas abiertas de la camioneta vieja que nos llevaba en su estómago, y que recorría unos 60 kilómetros cada vez que el minutero daba la vuelta completa en el reloj.
Ahora, los ojos ya no veían vacas, corderos, o la repetida imagen de los eucaliptos; lo que había ante nosotros era ese lugar que alguna vez habitaron únicamente los pescadores, y que después fue descubierto por todos los marginados de los convencionalismos… ese lugar que ahora es balneario, tan conocido y visitado como cualquiera de Rocha. De a poco los equipos fueron bajando de la camioneta para instalarse en el boliche, y luego la camioneta volvió a rodar para dejar el resto de los bolsos en una casa sobre la playa, que aunque no era chica, apenas pudo contener a la cantidad de gente que llegó esa noche para no dormir bajo la mirada de las innumerables estrellas.
Los minutos seguían avanzando en el reloj, y también en los estómagos; unas milanesas y un par de papas fritas calmaron el hambre de los viajeros, que se dirigieron nuevamente al boliche para probar el sonido. Aunque no había guitarras, ni voces coreando estribillos conocidos hasta el cansancio, la gente se fue acercando de a poco, y cuando el toque empezó, no había otro lugar para estar en Valizas; la música trepaba por las piernas de las mujeres tostadas por el sol y el océano, que cerraban los ojos mientras el sonido hacía que las caderas marcaran suavemente el ritmo de la batería. Algunos labios también acompañaban las rimas de los MCs, y muchos seguían a la banda en los estribillos… hasta un braker se animó a probar el piso del boliche, sin importarle la arena o la dureza del cemento.
La gente bailó y bailó, quebrando los límites físicos del lugar disponible, y llegando a inundar la calle; al final, los gritos de "otra!" hicieron que no se terminara allí la fiesta, y que la música se siguiera internando en la madrugada.
Al otro día, el sonido del océano y el sol que lo inundaba todo no se sintieron hasta cerca del medio día. En pocas horas había que abandonar Valizas para viajar hacia Aguas Dulces, tan cercana y tan diferente a la vez.
Allí, el toque también sería diferente; un gran escenario sobre la bajada principal del balneario era el lugar destinado para la banda, que daría su show a un público heterogéneo, que abarcaba de los 2 a los 99 años.
La noche se abrió con el espectáculo de los locales Rifle Sanitario, que tras calentar el ambiente durante 45 minutos le cedieron el escenario a latejapride*. Aguas Dulces bailó menos que Valizas, pero sin duda cantó más; no sólo siguió a la banda en las letras de los temas, sino que acompañó cada uno de los delirios de Barragán, que incluso logró un "Ba-rra, Ba-rra" coreado por decenas de voces.
Las siluetas de los MCs se recortaban sobre las fachadas de las casas, haciendo que una escolta de sombras repitiera los movimientos que se veían sobre las tablas, mientras debajo del escenario un camarógrafo devenido en malabarista daba un espectáculo paralelo con sus círculos de fuego.
Cuando todo terminó, nuevamente los gritos de "otra" volvieron a negar el final. La banda dejó todo lo que traía en ese último tema, en el que incluso las vigas de hierro que sostenían el escenario se doblaron como si fueran efímeros juncos. Tras los aplausos finales, nuevamente los equipos volvieron a poblar el interior de la camioneta, que pasados unos minutos comenzó a desandar los kilómetros hacia Montevideo. Por las ventanas, entraba el sonido del océano, que quebraba entrecortadamente el silencio de la noche.
jueves, 10 de enero de 2008
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2 comentarios:
Estos tipos son Grossos. Los vi en Valizas, y movieron la tierra!.
bueno lo de la teja, aguante el rap uruguayo, cheeeeeeeee!!!!!
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